Un mundo en evolución
La palabra evolución es, en cierto sentido, indicadora de un desarrollo de las cosas o de los organismos, por medio del cual pasan gradualmente de un estado a otro; justo lo más opuesto al concepto de revolución que exige una cierta violencia en el cambio que ella conlleva.
Todas las facetas humanas, o que afectan a la vida humana y a su destino de supervivencia, han estado sometidas —y esto desde la primera aparición del hombre sobre la Tierra— a un permanente proceso evolutivo, consecuencia lógica de esa cualidad que tiene el ser que sabe que sabe y que, por tanto, le capacita para aprender nuevas cosas; en definitiva, para progresar.
La historia del vestido, la de la vivienda, la del calzado, la de la literatura o la del arte, la de la técnica para la paz y la de la técnica para la guerra, la de la medicina o la de la cosmética, por sólo citar unos ejemplos, son claros modelos de ese dinamismo evolutivo que rige el destino de los humanos. La alimentación y el arte de preparar los alimentos no pueden sustraerse a la ley general de cambio y de progreso.
De aquella primera alimentación crudívora del hombre prehistórico a la actual de los precocinados prêt à porter hay todo un largo recorrido de experiencias y de innovaciones, de éxitos y de fracasos.