Domingo de Ramos y Pascua de Resurrección

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Domingo de Ramos y Pascua de Resurrección

El recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén, prólogo de lo que después se tornaría en Pasión y Muerte, guarda una significación religiosa por un lado, popular y costumbrista por el otro. La bendición y procesión de los ramos tenía ya el día antes un inicio festivo-juvenil: la búsqueda de ramos de laurel (lloréu), los más esbeltos, los más floridos.

El domingo de Ramos suponía para la población infantil un triple motivo de alegría: en primer lugar, se entendía como obligado el estreno de alguna prenda de vestir: «El que non estrena en Ramos, non tien pies ni manos». En segundo lugar, la procesión era un bullicio de palmas, de ramos, de golpes, de lanzamientos de hojas...

Y ya, en tercer lugar, la preceptiva visita de los ahijados a sus padrinos para entregarles la Palma o el ramu, acto que venía a ser como una advertencia del regalo (bollu) con que éstos debían corresponder el domingo de Pascua.

Ramos y palmas que se colgarían en balconadas y en las casas como signo de bendición; ramos y palmas que, con el agua bendita del Sábado Santo, servirían para ahuyentar plagas de los campos y augurar una buena cosecha:

«Salí ratos, salí sapos,
salí toa comezón;
que aquí está l'agua bendita
y el ramu de la Pasión».

Y tras los días silenciosos, procesionales, de la Semana Santa, la Pascua de Resurrección vuelve a poner nota de alegría al vivir de las gentes: Es día grande y hay que celebrarlo a lo grande.

Los ahijados reciben de sus padrinos el tradicional bollu, dulcería típica que recibe diversos nombres según la localidad: manolitos, pegarata, rosca, roscón... En general, son panes que en su amasado llevan mantequilla y azúcar y que en su aspecto ofrecen formas un tanto originales: coleta, pez, aro, etc.

Así se preparan por tierras del oriente:

Ingredientes: 1 kg de harina; 250 g de mantequilla; 250 g de azúcar; 6 yemas; 3 claras; 200 cm3 de leche; levadura; sal.
Preparación: se dispone la harina en montón y se practica un hueco en el centro; en él se echan la mantequilla, los huevos y, poco a poco, la leche con la levadura disuelta y el azúcar, amasando bien con las manos hasta formar una pasta homogénea. Con esta masa se forman los bollos, alargados y trenzados en coleta, que cuecen a horno moderado hasta que doren bien. Pueden pintarse con huevo batido antes de ser cocidos.

Por la zona de Aller el panchón cumplía con esa obligación del regalo pascual. Se confeccionaba así: se mezclan harina de escanda y harina de trigo a partes iguales y se amasan con agua templada en la que se disolvió sal y un poco de levadura. Bien trabajada la masa, se le da forma de bollo que, envuelto en hojas de berza, cuece lentamente en el llar o en el horno de la cocina. Ya fuera del horno y frío, se desmenuza, se mezcla con mantequilla cocida y, bien ligado, se azucara al gusto.

En otras zonas, como en Colunga, se regalaban bizcochos en construcciones más o menos complicadas (con forma de estrellas superpuestas, de castillo almenado...) bañados en baño blanco y adornados con flores de papel, plumas, frutas confitadas, etc.

Un plato obligado era la borona preñada, boroñu o boronchu:

«Se dispone la harina de maíz en una fuente y, poco a poco, se agrega agua templada en la que se disolvió sal; se trabaja fuertemente con las manos hasta lograr una masa homogénea que no se pegue a las manos. Reposa así una hora.
Se unta con aceite un molde y en él se dispone la mitad de la pasta; sobre ella se distribuyen trozos de jamón, de tocino entreverado, de chorizo... , se recubre por encima con la otra mitad de la pasta y, protegiendo la boroña con hojas de berza o de castaño, cuece en horno hasta que esté muy en su punto. Antiguamente, cuando existían los llares, se preparaba un buen rescoldo (rescaldar) con leña de haya, abedul o roble; se mezclaban las brasas con ceniza y con ellas se cubría la boroña envuelta en hojas de berza. Permanecía así toda la noche y al día siguiente ya estaba a punto».

En la actualidad se están perdiendo estas costumbres y el panchón, la pegarata, los manolitos... cedieron su puesto a las monas de Pascua, a los huevos de chocolate, a casitas y castillos hechos también de chocolate, a los peces de hojaldre rellenos de nata o de crema... La modernidad, una vez más, arrincona a la tradición.

La siguiente fórmula permite preparar un buen Roscón de Pascua:

Ingredientes: pasta de hojaldre; 250 g de almendra molida; un huevo; una copa de vino jerezano; 175 g de azúcar; ralladura de un limón; almíbar a punto de hebra fino.
Preparación: se estira la pasta de hojaldre y se corta una tira de unos 20 cm de ancho y de longitud tal que abarque el perímetro del molde que se va a utilizar.
En ella, hacia la tercera parte de su anchura, se dispone un relleno elaborado con la almendra, el huevo, el azúcar y el vino, todo bien mezclado.
Se cubre cerrando con los dos tercios de la tira (conviene humedecer los bordes de la tira con un poco de agua para que pegue bien), y dándole forma de rosca se dispone en el molde, previamente barnizada en su parte superior con huevo batido. Cuece en horno hasta que esté a punto. Ya fuera del horno se abrillanta con un almíbar flojo.