Pía, gueta, gandaya y bolenga

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Pía, gueta, gandaya y bolenga

En el poema Añorances, de Daniel Albuerne (Villanueva-Santo Adriano, 1879-1912), se leen unos versos que son un claro reflejo de antiguas andanzas infantiles:

«Ya non van curre que curre los folgaos rapacinos
a colase per ñeraes é nes agües del Caudal;
ya non salven los bardiales, ya non plaguen los caminos
p'atrapar los manzanales
unde tan les de raneta, que cad'una val dos riales,
porque son el puru almibre, dolce miele del panal».

Ese plagar los caminos p 'atrapar los manzanales no es otra cosa que la puesta en práctica, sólo que en un plano infantil de recreo, de la vieja pía, gueta, gandaya o bolenga.

¿Qué es la pía? Braulio Vigón, en Vocabulario Dialectológico del Concejo de Colunga, define a este término como «voz del derecho municipal consuetudinario, que expresa la acción de recoger y apropiarse los frutos caídos naturalmente del árbol ajeno, siempre que estén en terreno de uso o aprovechamiento común».

De hecho la pía tiene y tenía una justificación humana y solidaria: era una manera más de que otros, los más necesitados, pudiesen disponer de algunos bienes, aunque fuera con carácter de sobras, para su satisfacción inmediata.

En algunas comarcas, como Gijón o Carreño, el término gueta se aplicaba casi exclusivamente a la recolección de castañas en terrenos comunales o caminos, si bien, al correr de los años, se generalizó el concepto a todo tipo de frutas. Andar a la gueta y andar a la pía suponía pasar una tarde o una mañana al rebuscu (a la búsqueda última) de los frutos que no eran de nadie; y si esto se hacía en tiempo de escuela, la población infantil lo celebraba gozosamente.

Alfonso Camín cantó como nadie esa antañosa costumbre campesina:

«La mañana está seca. Sopló anoche el nordeste,
desdentó los erizos que entreabrió la orbayada,
inclinó los helechos, llevó al fondo las hojas
y, con la luna, se durmió en las ramas.
¡El maná de los pobres! ¡Es la gueta, es la gueta!
Van las gentes sencillas de la aldea asturiana
hacia los castañedos, donde, sobre el camino,
penden las nieblas de la madrugada.
Unos llevan la alforja, como los caminantes;
otros, el saco blanco de la harina de la casa,
el pañuelo en remiendos, el mandil, el refajo,
en donde irán echando las castañas...
¡Bien venido el nordeste que nos trajo la gueta!
Mañana el pote ya hervirá en la casa.
Los niños jornaleros que no tienen castaños,
que no saben del huerto con cerezas tempranas;
los que van a la escuela, con su pan, su sardina
y el pie descalzo en el montón de grava,
cuando viene la gueta con sus aires felices
y en los campos comunes ven caer las castañas,
llena de voces nuevas los castaños antiguos
y hasta parece florecer la rama...
¡Es la gueta! ¡Aguinaldo de las gentes humildes!
Hasta el campo parece tamboril que reclama.
¡Cuando cesa el nordeste de mover los castaños
el aire muere con rumor de gaita!».